sábado, 17 de julio de 2010

Revolución industrial

“... Gran Bretaña poseía las materias primas que permitían la ampliación de la capacidad de las fábricas, en particular combustible y mineral de hierro cuyas fuentes se encontraban situadas a proximidad de aguas navegables. El carbón de las minas de Durham y Northumberland se podía cargar directamente en barcos de cabotaje y transportarse hasta el corazón de la Inglaterra industrial por los sistemas de los ríos Tiñe, Wear, Tees, Humber, Trent, Támesis, y Severn, mientras las minas de carbón de West riding en Yorkshire, Lancashire y los Midlands aprovisionaban a las industrias locales. A partir de 1700, alrededor de medio millón de toneladas de carbón al año transitaban entre Newcastle y Sunderland; en 1750, esta cifra alcanzó 1.2 millones de toneladas y, en 1800, 2.2 millones de toneladas. (...)
En 1771, Richard Arkwright y Jedediah Strutt construyeron una fábrica textil en Cormofor, Derbyshire, que funcionaba con energía hidráulica (...). La mayor eficacia y el ahorro superaban con creces tanto la inversión necesaria en la construcción y equipamiento de los enormes edificios como el riesgo de caída de los mercados. La energía hidráulica se había estado utilizando desde el siglo XII, pero, en una factoría, un único rotor de palas podía hacer funcionar cien máquinas, entre ellas trituradoras de mineras, cribas, máquinas de hilar, telares, sierras, rodillos e incluso montacargas. A partir de 1800, y gracias a la asociación entre James Watt y Matthew Boulton, el vapor empezó a sustituir el agua como la principal fuente de energía industrial, aunque el principio seguía siendo el mismo, energía a partir de una sola fuente.
(...) Las inversiones a gran escala en construcciones y maquinaria con la vista puesta en las ganancias a largo plazo únicamente resultaban posibles allá donde se dispusiera de capital y donde existieran inversores dispuestos a establecer nuevos tipos de contratos. Durante siglos se había estado invirtiendo en viajes únicos o expediciones, Sin embargo, ahora, la inversión industrial exigía una confianza generalizada en el futuro, más que un deseo de obtener beneficios rápidos.
El sistema de fábricas cambió no solo la relación del obrero con su lugar de trabajo, sino también su entorno físico. La disciplina, los horarios y la diligencia pasaron de ser normas autoimpuestas a convertirse en condiciones laborales. La mayoría de los trabajadores todavía seguían cobrando a destajo, pero los propietarios, deseosos de aumentar la productividad de sus máquinas, insistían en largas jornadas. Muchas de las factorías eran lugares de trabajo infernales, sucios, oscuros y en los que reinaba un increíble ruido (...)
Las fábricas se construyeron donde más convenía al proceso de fabricación y los trabajadores se vieron obligados a emigrar. Las ciudades y las poblaciones brotaron como hongos en las minas abiertas de carbón y de hierro, junto a los yacimientos de arcilla, en los valles de Lancashire donde el agua y el carbón se combinaban en una atmósfera hú9meda y adecuada para el procesado del algodón, y allá donde pudiera alcanzar la ampliación del sistema de canales.
Mantener el impulso del crecimiento industrial exigía un número cada vez mayor de obreros; la población de Gran Bretaña se incrementó desde los 10 millones en 1800 hasta los 20 en 1851 y los 37 millones en 1901. No obstante, este crecimiento demográfico sólo podía ser sostenible si aumentaba la producción agrícola. (...) A mediados del siglo XVIII, la intensificación gradual de los cercados de la tierra de uso compartido, el drenado de las tierras húmedas junto a los ríos y la ampliación de las granjas condujeron a una mayor eficacia y producción. (...) El aumento de la demanda conllevó una subida de los precios, lo que posibilitó las inversiones de los granjeros en la compra de fertilizantes y piensos artificiales para los animales, y alentó el drenado y la roturación de las tierras arcillosas improductivas. Gran Bretaña era capaz de alimentar adecuadamente a su población con una proporción cada vez menor de trabajadores empleados en la agricultura.
(...)
En 1815, una investigación realizada por una comisión parlamentaria reveló que las niñas iniciaban su vida laboran en las fábricas de lino a la edad de ocho años; trabajaban normalmente de seis de la mañana a siete de la tarde y, cuando el trabajo aumentaba, la jornada iba de cinco de la mañana hasta las nueve de la noche. Las niñas disponían, como único descanso, de cuarenta minutos para el almuerzo, Se les pegaba si no mantenían el ritmo de su trabajo, vigilar los telares hasta que estuvieran llenos y, entonces, detener la máquina para retirar las bobinas, las lanzaderas y los marcos, y después cargar los telares vacíos y poner de nuevo las máquinas en marcha. Los comisionados parlamentarios encontraron a niñas deformadas por el trabajo, y es posible que, además, padecieran deficiencias de desarrollo y enanismo.
Si las condiciones de las fábricas eran pésimas, el gran crecimiento de las ciudades industriales, que tuvo lugar sin ningún tipo de planificación, hiso de estas últimas auténticos vertederos humanos. La población de Manchester se incrementó desde los 75000 habitantes en 1801 hastas los 252000 habitantes en 1841, con Birminghan, Liverpool y Glasgow siguiendo el mismo patrón. Todas ellas lelgaron a los 800000 habitantes a finales de siglo. La mortalidad infantil en los municipios industriales del norte de Inglaterra aumento durante el período entre 1813 y 1836 y llegó a alcanzar el 172 por 1000, mientras que la altura media disminuyò durante el mismo período de tiempo y continuó haciéndolo hasta la década de 1860.
La migración hacia las ciudades destruyó el estilo de vida tradicional que había existido en Gran Bretaña; sin embargo, la industrialización resultó posible gracias a los cambios que ya estaban teniendo lugar en el campo. (...) los Enclosure Acts, las leyes que reglamentaban los cercados de las propiedades, que se iniciaron en 1750 y continuaron hasta 1830, permitieron el cercado de las tierras de uso común, mediante el cual los terratenients refirmaban su propiedad legal; ...
En otras palabras, los que cercaban las tierras ya eran los propietarios legales, pero, al ejercer de este modo sus derechos, destruyeron la relación tradicional que los trabajadores rurales mantenían desde hacía siglos con la tierra y los covirtió en obraros asalariados.” (Osborne - "Civilización" Ed. Crítica. España, 2007. pp, 285, 286, 287, 288 y 289)